A pesar de la importancia de la imagen personal y del culto al cuerpo, la obesidad sigue siendo el trastorno metabólico más frecuente en países desarrollados. Y esto no es solo un problema estético sino que se trata de una enfermedad crónica que favorece el riesgo de padecer serias patologías (hipertensión, diabetes, hipercolesterolemia, riesgo cardiovascular, cáncer…) comprometiendo el bienestar físico y psíquico de la persona.
De ahí la importancia de su tratamiento global, teniendo en cuenta la complejidad del metabolismo de cada individuo, donde no solo influyen las calorías que se ingieren y las que se “queman”. Pueden influir situaciones de stress, retención de líquidos, alteraciones del tiroides, malos hábitos que hay que investigar para incidir sobre ellos y corregirlos.
Por eso es necesario hacer una historia clínica exhaustiva y reeducar los hábitos del paciente con un seguimiento continuo y cercano hasta que consiga el peso que marquemos como objetivo. Y por supuesto, un control aún más severo del mantenimiento del peso conseguido, que realmente es la clave del éxito del tratamiento.